jueves, 4 de diciembre de 2008

Tchaikovsky me arrulla en sus brazos. Gira. Gira. Baja, baja: sube. Eso es todo, lo suficiente, lo necesario. No hay otra manera de seguir adelante. Llorar con el violín, vibrar con los dedos en las incrustaciones divinas. Tchaikovsky, él, el único, me arrulla en sus brazos.

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