miércoles, 17 de marzo de 2010

Arlt, por una literatura menor


Uno: desterritorialización de la lengua.
Me parece fundamental, en primer lugar, entender a fondo los conceptos que emplea Deleuze en su análisis de Kafka, que vienen de sus largar reflexiones en torno a lo que llamó, junto con Guattari, el esquizoanálisis. Para empezar, entonces, un breve análisis del concepto de “territorialización” y, su anverso necesario, la desterritorialización. La territorialización “no es solamente la tierra, es todo doblamiento de los signos sobre aquello que puede servir de territorialidad en relación a ellos” (Deleuze 111). Todo aquello que implique un límite bien definido, un campo de “dominio” e intensidades reguladas es un territorio. Contra los mapas, representaciones unidimensionales que abstraen datos para simbolizarlos (“Ud. Está aquí” representado por una flecha roja), Deleuze opondría una cartografía que se hace recorriendo el espacio real.
La desterritorialización es, justamente, la ruptura de una territorialidad por medio de flujos (aquello que chorrea sobre el socius) que atraviesan los códigos axiomáticos y pueden llegar a desquiciar la máquina. La máquina en el sentido en que las “líneas de fugas maquínicas son líneas de desterritorialización, y la desterritorialización es como el envés de movimientos o contra-movimientos de reterritorialización” (Deleuze 80). Ahora bien, entrando en materia de Arlt, ¿qué elemento funciona como la desterritorialización? Los personajes de Los siete locos y los lanzallamas: “¡Qué lista! ¡Qué colección! El capitán, Elsa, Barsut, el Hombre de Cabeza de Jabalí, el Astrólogo, el Rufián, Ergueta. ¡Qué lista! ¿De dónde habrán salido tantos monstruos?” (Arlt 1980 94) La denominación “monstruos”, ya determina un tipo de relación con el mundo narrado. Un monstruo es aquello que a partir del continuo, hace aparecer la diferencia. No porque es posible pensar la diferencia es que existe, sino que la categoría misma articula sus modos de representación. Es el afuera (que no es tal) creado por el adentro que no soporta categorías de representación que lo dinamitan, que lo desterritorializan. Sobre todo Edrosain, el delincuente-monstruo por antonomasia en Arlt abre la capacidad de categorizar al delincuente, ese ente fantasmagórico que rompe con los esquemas fabricados artificialmente de lo que llamamos “cultura”. El malestar en la cultura es el ladrón/espectro que viene a subvertir, a replantear los mapas en donde se ubica “el centro” y “el margen”, “lo canónico” y “lo popular”. La categorización del delincuente es una tipificación casi de sistema de historia natural bajo el cual se intenta “incluir” al que el sistema mismo excluye:
Sabía que era un ladrón. Pero la categoría en que se colocaba no le interesaba. Quizá la palabra ladrón no estuviera en consonancia con su estado interior, existía otro sentimiento y ése era el silencio circular entrado como un cilindro de acero en la masa de su cráneo, de tal modo que lo dejaba sordo para todo aquello que no se relacionara con su desdicha… Pensaba telegráficamente, suprimiendo preposiciones, lo cual es enervante. Conoció horas muertas en las que hubiera podido cometer un delito de cualquier naturaleza, sin que por ello tuviera la menor noción de responsabilidad… Pero él ya estaba vacío, era una cascada de hombre movida por el automatismo de la costumbre. (Arlt 1980 23)
Este fragmento nos da una clara noción de lo que opera Arlt en su literatura: una desterritorialización en donde las categorías son lo de menos, el lenguaje se ha roto, no hay “moral” central. Todo es una máquina, automatismo sin sentido ni fin que funciona. Por otro lado, Arlt efectúa una operación justo en la zona borrosa de la representación, en aquello que un mapa permite (abstracción) y una cartografía deja de lado (un recorrido real): “Edrosain se imaginaba que dicha zona existía sobre el nivel de las ciudades a dos metros de altura y se le representaba gráficamente bajo la forma de esas regiones salinas o desiertos que en los mapas están revelados por óvalos de puntos, tan espesos como las ovas de un arenque” (Arlt 1980 24).

Dos: Articulación de lo individual en lo inmediato, político.
Para el esquizoanálisis hay sólo máquinas deseantes y no hay nada que signifique nada, sino funciones. En este sentido, el contexto de Arlt es fundamental para comprender su literatura, en tanto deja fluir esa voz marginal (por usar una expresión incorrecta). Hay que meter algo de contexto, aunque a veces me choque eso. Arlt fue hijo de un inmigrante prusiano y una italiana y nace en Buenos Aires en 1900. Además de publicar varios textos en el periódico, Arlt intentó ser inventor y hacerse rico de ese modo (ver las rosas de oro que intentan constuir los personajes del autor). El contexto de Arlt está marcado por los planes de inmigración fallidos, ya que no se reinsertaban en las tierras de la pampa, sino que se quedaban en el puerto, sumidos en la “miseria”. Acaso esta marginalidad, esta voz no constituida es algo de lo que sucede en Arlt: un intento por mostrar el caos dentro de una ciudad que se construye como un “nuevo orden”, una serie de multitudes anónimas que se singularizan en sus trayectorias pero que sólo contibuyen a formar esa zona borrosa y gris de toda sociedad. Los detractores del autor siempre aluden a sus deficiencias en el lenguaje y gramaticales, clamando que conlleva un lenguaje torrencial, caótico, enrevesado y cargado de adjetivos suntuosos en muchas ocasiones superfluos. En este sentido, diría Piglia (no recuerdo en cuál de sus muchos ensayos), que Arlt escribe como una mala traducción literaria. La literatura como traducción es ya una desterritorialización de la lengua. Ejemplo, el fragmento del asesinato: “Fue tarde. Erdosain, precipitándose en el movimiento, hundió el cañón de la pistola en el blando cuévano de la oreja, al tiempo que apretaba el gatillo. El estampido lo hizo desfallecer. El cuerpo de la jovencita se dilató bajo sus miembros con la violencia de un arco de acero. Durante varios minutos, Erdosain permaneció inmóvil, estirado oblicuamente sobre ella, la carga del cuerpo soportada por un brazo” (Arlt 1999 158). Los adjetivos y el lenguaje producen cierto extrañamiento, como un estremecimiento que corre por la espalda, una frialdad real y ajena.

Tres: dispositivo colectivo de enunciación
Deleuze entiende dispositivo como gadget, contrario a la noción foucaultiana. La palabra gadget es un tiene un origen aparentemente del francés: “the origin is rather obscure, but a plausible suggestion is that it comes from French gâchette, a lock mechanism, or from the French dialect word gagée for a tool” (Quinion). En este sentido es que no hay un sujeto, no hay un Autor (con mayúscula), sino dispositivos de enunciación que permiten pasar intensidades con el propósito de minar el lenguaje desde adentro: “En el transcurso de los días los raros personajes de novela que había encontrado, no eran tan interesantes como en la novela, sino que aquellos caracteres que los hacían nítidos en la novela eran precisamente los aspectos odiosos que los tornaban repulsivos en la vida. Y, sin embargo, se les había entregado” (Arlt 1980 236). El dispositivo es el cuerpo colectivo, esa banda de “locos”: “-¿Manager de locos?...- Esa es la frase. Quiero ser manager de locos, de los innumerables genios apócrifos, de los desequilibrados que no tienen entrada en los centros espiritistas y bolcheviques… Estos imbéciles…” (Arlt 1980 162).
El cuerpo no es uno, es muchos. La fragmentación es el cuerpo mutilado, la coja, la alienación de los sentidos. Los metarrelatos se han dividido porque la experiencia se ha vuelto inexpresable. El cuerpo se ha roto, atravesado por heridas, porque el hombre no tiene experiencia, no hay material narrable. La expresión de la individualidad se ha materializado y mecanizado. No hay elementos de la naturaleza, sino artífices que expresan, que permiten hacer uso de los instrumentos. El relato ya no es uno, es muchos.
Los cuerpos que se separan, se mezclan y entrechocan producen efectos a nivel del relato. El acontecimiento, como dice Deleuze, no pertenece al orden de los cuerpos, sucede en el lenguaje mismo: “En el curso de esta historia he olvidado decir que cuando Edrosain se entusiasmaba, giraba en torno de la ‘idea’ eje con palabras numerosas. Necesitaba agotar todas las posibilidades de expresión, poseído ese frenesí lento que a través de las frases le daba a él la conciencia de ser un hombre extraordinario y no un desdichado. Que decía la verdad, no me cabía duda” (Arlt 1980 90).